Lecciones de honestidad de una ladrona

“Un hombre vale lo que vale su palabra”. Esta es la primera enseñanza que Hans Hubermann le regala a su hija adoptiva, Liesel, cuando las cosas comienzan a complicarse en casa.

Y este mensaje –el del valor de la palabra– recorre toda la trama de “La ladrona de libros” durante la película dirigida por Brian Percival, basada en la novela homónima de Markus Zusak.

El tema se convierte en poesía, en expresión bella de la palabra, ante la provocación de su amigo Max: “Si tus ojos pudieran hablar, ¿qué dirían?”. Para considerar luego una dimensión más profunda: “Para mi pueblo, toda cosa viviente tiene vida, porque posee la palabra de la vida”. Y quizá este es el desvelarse del valor insondable de la honestidad: honestus no es solo el hombre fiel a su palabra, sino el que sabe honrar el valor de todo, reconociendo que cada cosa posee un valor infinito en razón de su origen y destino.

De hecho, cuando están por llegar los momentos más dramáticos de la historia, el mismo Max recuerda: “Nadie está perdido, si quien lo ama lo encuentra en su palabra”. Y, finalmente, se despide con un regalo, que al mismo es una petición: “Escribe. Escribe hoy para quien te dio los ojos, porque luego, cuando estos dejen de ver, no habrá palabra”.

Cuidar la palabra, guardar la palabra, honrar la palabra, se traduce en múltiples muestras de dulzura, paciencia, valor, amistad, amor,… que permiten interrelacionar las múltiples vidas que constituyen el motivo de envidia de la muerte –narradora de la historia– cuando encuentra a alguien que vive una vida honesta: una vida según la palabra que une a quienes se aman.

En esto consiste a mi gusto la segunda “lección honesta de la ladrona”: en mostrar las capacidades de una familia para desarrollar las habilidades fundamentales que permiten construir una sociedad humana, incluso dentro de un entorno de violencia.

Se trata en primer lugar de la capacidad de autodominio; del control emocional que requiere toda persona para no sucumbir ante el miedo, para mantener las relaciones vivas, no obstante nuestros límites y brutalidad.

Luego está el respeto, esa virtud que nace ante el valor inestimable del otro. Por él, surgirán entrañables muestras de solidaridad, porque uno siempre puede levantar la palabra para expresar la propia convicción de justicia: incluso una niña podrá decir palabras fuertes, enfrentar los golpes, ponerse en peligro, asumir la injusticia, sostener la esperanza de los hombres con una historia.

La muerte llegará, pero entre tanto –y esperando la plenitud de la palabra que nos ha creado– se trata de “vivir como personas; eso es lo que hacen las personas”.Imagen